miércoles, 29 de septiembre de 2010

LA FUERZA DEL AMOR

Después de tantos años he vuelto y nada es igual... todo ha cambiado.  Los caminos, las casas, los prados, las fuentes de agua que corrían lentamente desde los peñascos sólidos de la cordillera... ya no son los mismos.  En mi mente salta un deseo interior que anhela que sólo ella siga siendo la misma, mi amada Flor, bella y delicada; tierna e inocente.

En Santa Cruz de la Sierra todo era natural, desde el amanecer sonoro por el canto de los pájaros y la suave bruma que cubría la grandeza mágica de los árboles frutales, hasta la caída silenciosa de la noche, interrumpida sólo por los agudos acordes de los grillos y las chicharras y el croar de los sapos y ranas.

La nostalgia cubre mi ser al recordar mi juventud en la plaza vieja, aquel día soleado cuando la vi por primera vez.  El calor avasallador fue tenuemente apaciguado por la frescura de su presencia a la salida de la pequeña capilla, donde se celebraba el inicio de la semana mayor.  Sus cabellos ondulados se confundían alegremente con el vaivén de las palmas y los olivos.  En sus manos desplegaba un soplo de encanto y frescura un pequeño abanico que se deslizó entre sus dedos cayendo en medio de la multitud que presurosa salía de la celebración; sin pensarlo corrí, lo recogí del ardiente atrio y me abrí paso entre la multitud para entregárselo.  ¡Gracias! es usted muy amable, dijo con acento educado y una expresión de nobleza, propio de las familias adineradas del pueblo.  Mi mirada se perdió en sus expresivos ojos... no supe que decir.  ¿Cómo te llamas? preguntó, mi nombre es Pedro... Pedro Álvarez Rengifo respondí con voz entrecortada; y ¿Usted cómo se llama?... Flor Villareal de la Vega.

¡Flor!, se escucho un grito de autoridad a lo lejos, vamos a casa. ¿Quién es? pregunte, mi padre respondió y se marcho con un deseo de quedarse y seguir conversando. Pude apreciar que su padre era don Martín Villareal el conocido recaudador de impuestos del pueblo.  Pensé que no la volvería a ver, pero en todas las celebraciones diarias estuvo presente.  Me miraba sin decir nada, por mi parte también la miraba con ganas de encontrar una oportunidad para conversar nuevamente con ella.  Un día me decidí y le puse una cita en el parque principal, a la cual asistió sin falta, así sucedió lo impensable... el amor brotó y creció como aquellas fuentes de la cordillera del pueblo.

Para muchos, especialmente para sus padres era inaceptable un amor como el nuestro.  Ella una joven delicada, estudiada y fina, y, yo un pobre campesino formado en medio del arado, la tierra y los animales de las fincas vecinas.

Con el tiempo su madre, doña Inés de la Vega, reconoció el gran amor que existía entre su hija Flor y yo; quizá el sufrimiento de su hija por no poder disfrutar de nuestro amor la hizo recapacitar.  Desde ese momento y a escondidas de su esposo se convirtió en nuestra mejor aliada; su amor de madre sólo deseaba la felicidad de su hija.

Don Martín, siempre negado a nuestra relación, bajo de amenazas y maltratos buscaba mantenerme alejado de su hija, su influencia era tal que me resultaba difícil conseguir un mejor trabajo... confieso que sus amenazas lograban intimidarme, pues era tan sólo un joven.  Todo empeoró cuando se dio cuenta que su esposa ayudaba a Flor para que saliera a nuestras citas... decidió encerrarla y a mí me mando a golpear con unos malhechores de la región... fue una golpiza muy dura, pensé que moriría ese día.

Un día mientras caminaba por la plaza me encontré frente con don Martín, una vez más sus insultos se escucharon, y en tono amenazante me advirtió "Aléjate de mi hija, o serás el culpable de su desdicha, porque la desheredare, y ella no está acostumbrada a pasar dificultades e incomodidades; no creo que un pobre miserable e infeliz como tú sea capaz de darle todos los lujos y comodidades que ella necesita".  En algo tenía razón don Martín, en mi condición no podría darle a Flor todo lo que ya tenía y a lo cual estaba acostumbrada... estas palabras resonaron en mi mente por varios días y noches, hasta que decidí irme a buscar un mejor futuro, para asi darle todo cuanto Flor necesitaba.

 Tomada la decisión, esperé que todos en el pueblo durmieran, tomé el poco de ropa y dinero que tenía y me marche sin siquiera despedirme de ella... pensaba que no permitiría que me fuera... fueron muy difíciles los primeros días, no contaba con mucho dinero y todo era tan grande y diferente, la ciudad, un gran imperio, grandes calles y muchos carros, pasé muchas necesidades, pero el sólo pensar en Flor me daba ánimos para seguir adelante, esperando que algún día ella comprendiera mi decisión... Pasaron muchos días, quizá meses y nada de trabajo, pero un día cuando iba caminando por una calle sufrí accidente, los médicos dijeron que una carro me había arrollado, la verdad no recuerdo nada, cuando desperté estaba en un hospital... permanecí allí por varios días...

... Estaba sentado en uno de los parques de esa enorme ciudad, tenía dos días que no probaba bocado, estaba decidido a regresar a mi pueblo, cuando se apareció un hombre, bastante mayor y muy elegante, "Llevaba mucho tiempo buscándolo" me dijo, quería saber cómo podía ayudarme, ¿Quién es usted? le pregunte, pues nunca en mi vida lo había visto... era el culpable de mi accidente.  

Desde ese día me dio trabajo como mensajero en una de sus empresas... una mañana me dijo que yo le recordaba a su único hijo, el cual había perdido en un accidente... eso era lo que lo había llevado a buscarme y darme ayuda, con el paso del tiempo Tico, como le gustaba que le dijera, y yo nos hicimos muy buenos amigos, después de varios años decidí contarle el porqué yo estaba allí y me dijo que luchara con todas mis fuerzas, que no permitiera que nada ni nadie acabara con algo tan maravilloso como el amor, porque es algo que no se consigue a la vuelta de la esquina.

Es por eso que regresé sin haber logrado lo que me proponía, espero con gran anhelo que Flor siga siendo la misma... Vi a mi viejo amigo Pablo, y no vacilé en preguntarle por Flor, para ver que me decía, se sorprendió al verme, pensé que habías muerto, aun la recuerdas, me dijo; a lo que respondí...mejor aun la amo, no he podido sacarla de mi mente y mi corazón ni un instante, ella ha sido el motor de mi vida, pero anda dime sabes que ha pasado con Flor... debe estar en el río como acostumbra... me fui corriendo y cuando llegué sólo estaban las mujeres de lavandería y una joven mal vestida con una talega de ropa sucia... ¡Flor! exclame con fuerte voz... aquella joven mal vestida levantó su mirada y un poco sorprendida sonrió, a la vez que sus lagrimas se deslizaban por sus rojas mejillas... salió de inmediato del agua y me abrazó, nuevamente me miró y pude notar en sus ojos que su amor por mí era el mismo, quizá mayor... ¿Qué haces aquí? ¿Por qué vistes así? pregunte; me contó que su padre quería casarla con un joven adinerado de la región, ella pensó que al casarse traicionaba el amor que por mí sentía, así que prefirió renunciar a todo lo que tenía y abandonar su casa.

Le explique el motivo de mi partida, a lo que respondió  "Ya no importa el porqué te fuiste, lo que importa es que ya estás aquí", desde aquel momento Flor y yo vivimos en la pequeña casa donde ella vivía, no tenemos lujos ni nada que se le parezca, pero tenemos lo más importante... nos tenemos el uno al otro.


Luz Mery Botello Muñoz
Estudiante de Contaduría Pública
Universidad del Magdalena
Septiembre de 2010


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